Todos somos Victor Frankenstein.
Y aceptamos románticamente al Monstruo porque entendemos (y despreciamos, aunque forme parte de nosotros) la raíz de su violencia.
Todos somos Victor Frankenstein.
Y aceptamos románticamente al Monstruo porque entendemos (y despreciamos, aunque forme parte de nosotros) la raíz de su violencia.