Aun lejos de la sorpresa de la primera temporada, con el misterio despejado, personajes nuevos y apariciones estelares, se consigue situar en un medio amigable la incomodidad como bandera, tanto en el terreno de una adolescencia problemática como en una adultez desequilibrada (ingesta de corazón).

Fielder va más allá con sus “ensayos”, penetrando en lo irrepresentable y un surrealismo (marionetas, máscaras, zancos) nunca visto. Icono, sin pretenderlo, del espectro autista, apela al espectador a una difícil identificación que deviene, no obstante, en un desaforado humanismo de preguntas clave.