Porque no basta con contar el pasado: hay que preguntarse qué consecuencias tiene seguirlo olvidando.

Recordar no es lo mismo que reivindicar.
La memoria histórica no busca culpables, pero sí exige responsabilidad: preguntarnos qué violencias siguen sin nombrarse, qué historias merecen reparación y qué ausencias seguimos normalizando.

La historia de la esclavitud y del colonialismo español no es solo un pasado “lejano”. Está en los apellidos, en los archivos, en la lengua, en la forma en que se enseña “la historia nacional”.

En las que fueron colonias españolas, el legado colonial español no desapareció con las independencias ni con los cambios de bandera. Persistió en las estructuras raciales, de género y de poder que aún marcan nuestras sociedades.

Más que un simple “permiso festivo”, estas celebraciones fueron espacios de reconstrucción colectiva, donde se tejieron identidades, vínculos y lenguajes propios dentro del régimen esclavista.

En Castro, Cuba, las fiestas de Santiago incluían bailes con ritmos de raíz africana. A pesar de la vigilancia, se mantuvieron formas culturales que conectaban a las dotaciones con sus orígenes, sus redes y su memoria.

El régimen de jornaleros en Puerto Rico fue bien estudiado por Fernando Picó, especialmente para la región de Utuado.

No se derogó hasta 1873, tras la abolición formal de la esclavitud, interesantes las justificaciones de la derogación que dio Rafael Primo de Rivera y Sobremonte, gobernador de Puerto Rico aquel año y tío de Miguel Primo de Rivera.

En Puerto Rico, la Libreta de Jornaleros (1849) obligaba a todo jornalero a tener empleo y documentarlo. ¿No lo tenías? Eras “vago”, y te podían castigar, arrestar o forzar a trabajar.

Un régimen de semi-esclavitud legal para personas libres.

“Vista del Ingenio Unión”, de Eduardo Laplante, publicada en Los ingenios de Cuba (La Habana, 1857)

¿Alguien más trabajando sobre archivos coloniales, esclavitud o escritura histórica? 🤔

Me interesa pensar el cruce entre historia, memoria y narración. No tengo respuestas definitivas, pero sí ganas de seguir preguntando.

La pregunta me persigue:

¿Es la literatura una forma legítima de intervención histórica?¿O una forma de consuelo que, sin querer, reafirma la opacidad del archivo?

Algun@s proponen que la ficción —novela histórica, poesía— puede ayudarnos a imaginar lo que los archivos no registraron. ¿Es eso válido?¿hasta qué punto podemos llenar el vacío sin inventar?

A veces los documentos hablan más por lo que callan que por lo que registran. La burocracia colonial tenía sus reglas, sus intereses.

Entonces: ¿podemos reconstruir historias a partir de esos silencios?

Los archivos coloniales están llenos de voces, pero casi siempre de las personas en el poder. ¿Dónde están las voces esclavizadas?¿es posible leerlas en lo que se dijo sobre ellas?