Gracias, como decís por aquí.

Y aunque no hay mapas para llegar, hay algo que siempre lo señala:

Un latido en el pecho de quien cree que puede existir un mundo mejor.

Su sol, Lureth, no quema: acaricia. No hay estaciones como aquí; el tiempo se curva suave, sin prisas. Los días duran lo que uno necesita para sentirlos. Las noches no siguen al sol, sino a los sentimientos de los que habitan allí.

Esa región, inexplorada por las sondas humanas, está más allá de la constelación de Sagitario, en una zona donde las leyes físicas empiezan a suavizarse, como si el tejido del universo fuera más flexible.

Elion-7 orbita una estrella azul pálido llamada Lureth, que se encuentra en el borde de una nebulosa silenciosa conocida como Marea de Ethel.

Y entonces…
no eres tú.
Ni el planeta.
Eres ambos.

La paz no se busca.
Te encuentra.
Como una vieja amiga que te abraza en silencio y te dice:
“Ya está. Puedes volver a empezar.”

No hay juicio. No hay pasado.
Solo un presente puro, pleno.
Un inicio.
Una segunda oportunidad que no exige penitencia, solo verdad.

Sientes la conexión antes de abrir los ojos:
una comunión sin palabras.
Los males que arrastras —dolor, culpa, miedo, enfermedad— se diluyen.
No porque te los quiten, sino porque ya no tienen sentido.
Como sombras en un mundo sin noche.

El aire no se respira, se integra. Como si el planeta te conociera de antes.
Como si en tu alma ya hubiera un mapa con su nombre.

No hay naves. No hay ruido. No hay pasos.
Solo un instante…
y estás allí.