decir cualquier cosa, cualquier falsedad ridícula, ¿y qué podrá hacer Céline al respecto?

Lanza la revista que estaba hojeando hacia ella, sin cuidar realmente de dónde aterrice.

—Distráete un rato. Se supone que es bueno para ignorar el hambre.

invitación tras sus párpados. No por primera vez, se recuerda: "Bobby Kaplan, eres estúpida".

—No extraño nada de esos días —las palabras le suenan tan huecas que podría ver a través de ellas. Hay algo de patético en la mentira descarada, pero una parte de Bobby se deleita en ella: ahora puede »

—Muérete —replica con suprema indiferencia (que resulta quizás menos creíble porque ha levantado la mirada de su lectura, sólo un instante, para robar un vistazo a Céline y a su boca voraz. Se muerde con fuerza la cara interna de su mejilla, para castigarse por la imagen que se imprime sin »

dejarse morir.

Así que el despertar de Céline la inundó de un alivio nervioso. Se aferró a su estaca improvisada. Por fin terminaba ese limbo tedioso, vacío, y Bobby podía dejar de martirizarse por su propia estupidez para dedicarse a una cuestión más urgente: ¿qué cojones iban a hacer ahora?

con ella). Después de doce minutos vomitando en el baño, pensó en matarse. Sería quizás la opción más segura para Merry, y Bobby tendría la satisfacción de negarle a Céline el gusto… pero, tras veintiséis años, se había habituado a agarrarse la vida como si valiera algo. Era demasiado cobarde para

variedad de atrocidades podría cometer contra Merry y sus críos hasta entonces?). También la de alzar una barricada contra la puerta, para contenerla (si Céline se deshacía de sus ataduras, un puñado de contrachapado no bastaría para detenerla, y Bobby no pretendía quedarse atrapada ahí dentro »

Moore: no sabía cómo se tomaría a una humana matando a una vampira en su territorio, y no se atrevía a contrariarlo). Cuando bajaba, tenía tiempo de considerar alternativas.

La opción de huir fue descartada casi tan pronto se le ocurrió (¿cuán lejos podía llegar, antes de que la alcanzara? ¿Y qué »

largo de la noche, como una marea. Cuando subía, Bobby no podía dedicarse a otra cosa que a catalogar pros y contras, tratando de criar agallas. En dos ocasiones agarró la pata de una silla, rota durante la reyerta, y la apuntó al corazón de Céline sin llegar a tocarla (le echaba la culpa a Lorcan »

paredes, pero había dejado la persiana deliberadamente subida. El sol no era para su rehén mucho más que una molestia — pero Bobby se sentía mezquina.

Había pasado la madrugada encogida en el suelo, espalda contra la pared. La idea de matar a Céline había entrado y salido de su conciencia a lo »

—No te muevas —advirtió tan pronto escuchó el crujido de la cama, que protestaba contra el peso de la criatura. El amanecer colaba ya sus dedos rojos entre las cortinas de la habitación: Bobby las había corrido, para evitar que ningún fisgón pudiera adivinar la catástrofe entre esas cuatro »

no quería robar de la caja. Cuestión de orgullo, más que de honor. Además, arruinaría el punto del obsequio —. Es para mi hermana.

enseguida? Bobby no podía estar segura, nunca más lo estaría, e incluso si lo fuera — flaco favor se haría revelando sus cartas. “No seas estúpida ahora”).

Paseó la vista por la tienda antes de volverla a la dependienta.

—Necesito un regalo… algo pequeño —el salario en el motel era miserable, y »

lejos de Perdido, Bobby no había olvidado ese tono. Regresaba ahora a él por hábito e instinto: no le agradaba esa forma que tenía la muchacha de mirarla, como a algo tan frágil y tan transparente como el cristal.

(Una vocecita machacona insiste: “otra de 𝘦𝘭𝘭𝘰𝘴”. Pero, ¿no lo habría sabido »

—O-kay —contestó, arrastrando las vocales en ese deje suyo, mitad complaciente, mitad indiferente: el tipo de hostilidad cordial que toda buena muchacha sureña aprendía dominar tan pronto alcanzaba la adolescencia (todas las que no se dejaban comer vivas en el instituto, al menos). En tantos años »

hacerlo. Como ver desnudo a un desconocido.

Desenterró de su bolsillo una servilleta sólo un poco arrugada y se la tendió, aún sin mirarla. Su sonrisita solidaria parecía decir: "no he visto, si no quieres que vea".

—Toma, corazón. Di, ¿está Amy-May aquí hoy?

—¡Buenos días! ¿Está...? —ah, mierda. Apartó enseguida la vista. Hacía tiempo que Bobby había descartado toda inhibición sobre llorar en público (normalmente a gritos y causando una escena, o, si no, en la privacidad indiferente de un autobús), pero le seguía disgustando ver a otras personas »

los turnos de noche, porque era mejor para Merry y porque estaba acostumbrada al horario. Seguía prefiriendo los de día.

dudaba — tenía un humor mezquino, su hermana, pero solo cuando se rebajaba a permitírselo. Era raro, últimamente.

—¡Buenas noches, @huesoroto.bsky.social! —en el monotono vivaracho de atención al cliente, demasiado jovial para el silencio sepulcral del vestíbulo. Bobby había asumido tácitamente »

su espalda. Al menos, no se había caído.

“No sabes cuánto sabe”, quiso recordarse. Pero sentía ya el estómago encogido en náuseas.

—Me están esperando.