Hoy ha sido un día complicado de escribir. No ha tenido nada que ver el lunes, debo de ser una de esas inusuales personas a las que les gustan los lunes. Los lunes son un buen día de la semana, vienes descansada del finde para afrontar lo que te depara la nueva semana, siento que es el día que más productiva soy - cuando descubra cuál es el segundo más productivo, celebramos una fiesta- y por eso decido dedicarlo o bien a un trabajo que requiera mucha capacidad de big data -término tecnológico pero se me entiende- o que me requiera creatividad.

Hoy he tomado una decisión vital que nunca pensé que tomaría. Hoy ha sido un día raro en sí mismo pero habitual como la vida misma. La decisión en cuestión es que dejo el teatro. No quiero actuar, no quiero dirigir y, por supuesto, no quiero gestionar nada que tenga que ver con ello. Ahora procedería dar explicaciones y justificaciones, cómo me siento o qué me ha llevado a llegar hasta ahí.

A veces conservamos recuerdos extraños que no lo son por su naturaleza, sino porque son recurrentes en momentos concretos de nuestra vida. En qué momentos concretos ya se me escapa. Hace unos días, estaba charlando con mi pareja sobre algo trascendental que me estaba ocurriendo en mi vida: la falta de objetivos. Que si lo pienso bien, en realidad no es tal, pero se asienta sobre esa sensación de no-propósito y de saturación constante que nos está tocando vivir en estos tiempos.

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