Yo te quería.
¿Me oyes?
Te quería.
Y tú me tomaste,
me abriste en canal,
bebiste de mí,
y me ofreciste al altar
de tu propia crueldad.

¿Oyes eso?
Ya vienen, ¿verdad?
Justicia poética, cariño.
Eso soy.
Nada más.

Lloraba.
Gritaba.
Maldecía.
Temblaba.
“Loca”, me llamabas.
“Loca”, gritabas.

Recuerdo el silencio.
Recuerdo tu abrazo.
Recuerdo los días
anhelando tu desprecio,
y las noches,
abrazada al fracaso.
Fracaso.

Y ahora que cargo con lo que merezco,
aún escucho dentro de mí
aquel preciso momento
cuando dije basta,
cuando fuiste al grano.
Besabas mis labios,
mancillabas mi piel,
me tomaste sabiendo
que nada de eso estaba bien.
Joder.
No estaba bien.

Pupila y maestro,
promesas, engaños.
Sólo me queda
el recuerdo de tu ego,
de tus manos.
Manos,
malditas, sucias, pueriles,
recorriendo mi cuerpo en vano,
dibujando en mi mente
algo mundano, inhumano.

No voy a mentir.
Te lo digo claro:
te he odiado.

Bebí de tus palabras
como vino barato,
embriagada en delirios.
Te hice templo de mi naufragio,
y hogar en mi exilio.

Tanto te di de mí
que ni siquiera puedo decirlo.
Pero dime, infiel amigo,
¿qué fui yo para ti?
¿Puedes siquiera nombrarlo?

Tal vez sea cuestión de tiempo,
de tomar aire,
de recordar que estoy viva,
de abrazarme al viento.
Sé que vamos a solucionarlo,
sé que lo resolveremos,
ella y yo,
mi otra mitad,
la que aún vive
en el espejo.

Joder. Te juro que lo intento.

Es esta lucha eterna
entre el quiero,
el debo,
el puedo,
entre la chispa del momento
y la tristeza que arrastro,
que cargo en el pecho,
como un abrigo mojado,
como esta carcasa
que a veces detesto.

Quizás algún día cambie,
quizás en otro momento.
Ahora no sé cómo pararlo,
ni cómo romperlo.
Porque a ella nunca la quisieron,
y yo ya me he acostumbrado a ello.

Quizás no sepa reconocer amor,
quizás mi piel lo rechace,
pero quisiera verla sonreír,
quisiera que supiera que lo intento.

Quiero quererla,
de verdad que lo intento.
Quiero abrazarla,
acunarla,
besar su frente,
decirle cuánto lo siento.

Pero no lo hago.
No lo siento.
Ella me odia
y yo… le devuelvo el gesto.

Y no puedo.
Juro que lo intento.
Juro que me levanto,
me lavo la cara,
me cepillo el pelo.

Y ahí está ella,
mi otro yo,
la que siempre sabe cuando miento.
No sonríe,
no parpadea,
solo me observa desde el lamento.

Me miro al espejo, no veo nada.
Me tumbo. Lloro en silencio.
La niebla se espesa,
me quema la garganta,
me asfixia,
me arranca el aliento.

Siempre se me ha dado mejor escribir que hablar, así que, empezar este viaje creativo hacia lo más profundo de mi ser puede ser una forma preciosa de conectar conmigo misma —por primera vez— y con todes los que alguna vez se han sentido como yo.

Bienvenides 💖

Y estoy perdida,
alterada y dividida
en medio del abordaje.
Pero la puerta ya se ha abierto
y entra el aire.
Sólo aire.

Hace ya algunos meses
que me ando preguntando:
¿y si yo no fuera yo?
¿Y si hay algo?
¿Autosabotaje?

Pero son años de guerra,
de rendiciones y peregrinajes
al interior de mi esencia,
buscando lo correcto,
lo inmutable, lo salvaje.

Que he abierto una puerta,
entre el cielo y el coraje.
Y aquí estoy, bañada en sal,
en gloria, pena y bondad.

Preparando mis brebajes,
cigarros consumidos,
palabras intachables.
Transmutando la maldad,
cabalgando el oleaje,
descansando en la eternidad,
como si no fuera nada,
sólo aire.
Aire.