Las soluciones sencillas para problemas complejos no suelen acabar demasiado bien. En economía, pocas ideas resultan tan atractivas, a primera vista, como la de poner un tope a los precios. Un buen ejemplo es el tope a los alquileres que se aplica en España y otros lugares de Europa. Una política sencilla, directa, popular y aparentemente justa: si los inquilinos no pueden pagar, basta con limitar lo que los propietarios pueden cobrar. Sin embargo, como tantas veces sucede en el ámbito económico, lo que parece lógico en el corto plazo termina siendo nocivo a medio y largo plazo.