Un enfermero hace un gesto para que pase. Un agente alza la barbilla y él se levanta y camina hacia la consulta. Los policías lo siguen. ¿Qué habrá pasado? ¿Qué habrá hecho? ¿Qué le habrán hecho? Los pacientes siguen mirando la pantalla en silencio. A cualquiera le puede tocar.

Con sus dos manos juntas se sostiene la cara, los codos apoyados en las rodillas. El estado de su ropa es la señal más visible de que necesita ayuda. La médica se la van a prestar en pocos minutos. Es imprescindible, pero no será suficiente.

Los dos funcionarios del orden se quedan de pie, a apenas un metro, charlando entre ellos. Dos mujeres se sientan a su lado. Solo les importa estar atentas a la pantalla que anuncia los códigos de los turnos. Les puede tocar en cualquier momento y eso es lo más importante ahora.

Ella, todavía enjugando sus lágrimas y con la mano en la frente, se ha sentado en un banco, quién sabe si con la intención de retrasar algún momento inevitable.

O quizá, simplemente, lloraba. Sin más.