Finalmente, hemos probado este modelo en múltiples casos de uso, situaciones en las que un robot nos podría hacer la vida más sencilla, y en TODOS ellos obtuvimos tanto mejoras objetivas en el rendimiento de la tarea como mejoras subjetivas en la percepción que el humano tiene del robot.

Hecho esto, hemos desarrollado un modelo teórico que intenta describir con ecuaciones matemáticas lo que la psicología nos explica con palabras.

Y, ahora el caso que mí más me interesa, en una sociedad cada vez más envejecida y en la que aparecen sectores con escasez de mano de obra, ser capaces de definir, clasificar y entender nuestra intención es lo que en mi tesis postulamos como las claves para permitir a un robot ser más… humano.

Nuestras intenciones y las de las personas que nos rodean son las que están detrás de la mayoría de las acciones que observamos a diario.

Esta es la razón por la que los coches tienen intermitentes: para evitar accidentes cuando no podemos hablarnos o hacernos gestos, que es lo que solemos hacer cuándo necesitamos coordinarnos.

Del mismo modo, en múltiples ocasiones discutimos con nuestras parejas, padres o hijos por malentendidos, esto es, porque no entendemos la intención detrás de sus actos o palabras. Falla la comunicación de nuestra intención.

Igualmente, en un proceso judicial, la intencionalidad es tan relevante que su presencia es un agravante y su ausencia un atenuante.

Y aquí es cuando podéis decirme: “vale, muy bien, pero, ¿para sirve todo esto?”. Pues para los que sean más futboleros, la intencionalidad es la que determina si una falta grave debe ser castigada con tarjeta roja o solo amarilla.