La revolución fracasa, pero deja una huella imborrable. La derecha endurece su postura; la izquierda radicaliza su discurso. Es un preludio de lo que vendrá: la Guerra Civil Española (1936-1939).

El gobierno envía al ejército, dirigido por Francisco Franco y tropas coloniales. Los combates son brutales. La represión deja miles de muertos, heridos y detenidos. Oviedo queda en ruinas.

Mineros socialistas, comunistas y anarquistas se unen bajo la Alianza Obrera. Equipados con dinamita, toman pueblos, fábricas y hasta Oviedo, instaurando una revolución proletaria.

Cuando la CEDA entra al gobierno en octubre de 1934, la izquierda ve esto como una amenaza de "fascistización". La respuesta: huelgas generales por toda España, pero la revolución solo prende con fuerza en Asturias.

En 1934, en plena Segunda República. Tras las elecciones de 1933, el poder pasó a la derecha con la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Esto encendió alarmas entre la izquierda y los sindicatos.

Hoy, Pelayo sigue siendo un símbolo de identidad en Asturias y en España. Su tumba se encuentra en Covadonga, un lugar clave para entender su importancia histórica y espiritual.

Pelayo lideró la mítica batalla de Covadonga, considerada el inicio de la Reconquista. Según la tradición, su pequeña fuerza derrotó a un ejército musulmán mucho mayor, con ayuda "divina".

Tras la derrota de los visigodos en Guadalete (711), Pelayo habría huido al norte. En Asturias, se convirtió en líder de los grupos locales que resistían la dominación musulmana.

Según las crónicas, Pelayo era de origen noble, posiblemente un guardaespaldas del rey visigodo Rodrigo. Algunos relatos lo vinculan a una familia de la nobleza visigoda.

Pelayo vivió en el siglo VIII, en un momento de gran agitación tras la invasión musulmana en el 711. Con la caída del Reino Visigodo de Toledo.