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Porque puedes ir a Mercadona y comprar más hummus y menos ternera, en una cierta batalla contra la industria cárnica. Pero esta apuesta no goza de una posición ético-estratégica superior a quienes directamente renuncian a comprarle a Juan Roig y optan por el mercado de su barrio.

Quizás prefieran el veneno de hacer distinto o en otras esferas, sean Bluesky o el patio de vecinas, y quizás desde ellas puedan germinar herramientas políticas incluso más potentes y eficaces de lo que ha sido nunca Twitter.

A menudo, ante dos opciones que suponen ambas un coste de oportunidad, la izquierda debe "elegir su veneno". Y es legítimo entender que mucha gente no quiera elegir el veneno de inmolar su salud mental para que Musk y su bot-partido virtual sigan enriqueciéndose.

Pero además, hay que tener en cuenta que seguir generando contenido aquí contribuye a mantener la ratio de publicistas e inversores que engrosan la cuenta de resultados. Ese dinero no se va a utilizar para democratizar la herramienta, sino todo lo contrario.

Resulta más que comprensible (y en parte es un alivio y una sensación desde la que construir) que mucha gente se encuentre hastiada con lo que ve en Twitter, que mina enormemente la moral a cualquiera con un mínimo sentido moral de emancipación y justicia.

Aciertan en afirmar que la disputa política se da en todos los espacios, y que la reacción y el autoritarismo capitalista intenta impregnarlos cotidianamente. La izquierda no debe renunciar a dar esa batalla, pero ha de hacerse cargo de la subjetividad y el estado anímico.

Sin embargo, recelo más todavía de quienes desprecian o rechazan de plano emprender este éxodo. Hay quienes apelan a una cierta épica u honor militante defendiendo su hipótesis de quedarse y resistir.

En este sentido, habría que desechar la idea de una caída rápida de Twitter ocasionada por unos cuantos activistas o usuarios comprometidos que abandonan la red malvada para inaugurar otro espacio que no reproducirá (¿espontáneamente?) los mismos vicios de la anterior.

Esto es, lo que hace el pueblo importa, pero para ello ha de actuar de manera autoorganizada. Esto implica evitar pensar en fórmulas mágicas o quickwins que lo solucionen todo con bajo esfuerzo y un par de movimientos sagaces.

Las escalas de las acciones son relevantes. Uno de los retos de la izquierda hoy es combatir la frustración y la desesperanza, y esto pasa por revertir la autopercepción que tiene la clase trabajadora como espectadora de lo que sucede a su alrededor, recuperando así una agencia.

Y probablemente la estrategia más completa requiera de levantar diques en Twitter para evitar la propagación de riadas de odio, mientras se construyen espacios que posibiliten la ofensiva en otras geografías, como puede ser el caso de Bluesky.

Son perfectamente legítimas tanto las estrategias que abogan por quedarse y "resistir" como las que pretenden construir nuevos fuertes, explorar otros terrenos para cavar trincheras.