Porque no necesitas ser perfecto para merecer una vida que se sienta tuya… solo presente, honesto y en movimiento.

Es parte del proceso. Y cuando dejas de verlo como amenaza y lo empiezas a ver como retroalimentación, tu vida deja de girar alrededor del miedo y empieza a girar alrededor de tu crecimiento. Soltar el perfeccionismo no es rendirse; es permitirte avanzar.

Esa presión constante desgasta, aumenta ansiedad, erosiona autoestima y te empuja a evitar lo que más necesitas: intentar, equivocarte y aprender. El fracaso no es lo contrario del éxito.

El perfeccionismo no impulsa… detiene. Te exige que tomes decisiones solo cuando estés “listo”, te promete seguridad si no fallas, y te hace sentir insuficiente aunque estés haciendo más de lo que puedes.

Muchas personas creen que esforzarse por hacerlo todo “impecable” las va a proteger del juicio, del rechazo o de la vergüenza. Pero en realidad pasa lo contrario: mientras más perfecto intentas ser, más pequeño te vuelves en tu propia vida.

Cuando practicamos autocompasión, el foco cambia de “soy un fracaso” a “esto salió mal, ¿qué puedo aprender para hacerlo distinto?”. Y ese pequeño giro abre espacio para el crecimiento real, la regulación emocional y decisiones más alineadas con quienes queremos ser.

La autocompasión no es “ser blandito”, ni justificarnos todo. Es tratarnos con la misma claridad, responsabilidad y humanidad con la que trataríamos a un paciente, un amigo o a alguien que queremos. Es decir: reconocer el error sin destruirnos por él.

El deseo no desaparece: se inhibe cuando la mente deja de disfrutar y empieza a evaluar.
Trabajar esta ansiedad implica reconectar con el presente, la autocompasión y el placer sin metas.

El sexo no se mide, se siente.

El cuerpo quiere responder, pero la mente está ocupada en pensar si “saldrá bien”, si “duraré”, si “me excitaré” o si “me juzgarán”.
El resultado: tensión, desconexión y una sensación de “no tengo ganas”, cuando en realidad sí hay deseo… pero bloqueado por el miedo.

Cuidar la mente no es solo pensar distinto, es aprender a escuchar lo que el cuerpo expresa cuando necesita descanso, calma o placer. La mente y el cuerpo no están separados, se acompañan todo el tiempo.

La validación interna es el primer paso hacia una vida más estable, consciente y compasiva.