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𝐂ien no van a entrar en la cama, Steven. Pero, te lo dije antes, con gusto te ayudaré si deseas abrir un refugio.

Un nuevo beso dejó, ahora sobre la mejilla del mayor. No estaba siendo condescendiente, estaba dispuesto a colaborar con él.

﹙masc!au﹚

Su torso inclinó hacia atrás algunos centimetros para permitir que el pequeño azabache se deslizara entre ambos cuerpos, acostándose en el pequeño espacio que sus torsos le proporcionaban.
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𝐌e gusta porque eres tú, y por eso no podría cansarme.

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𝐍o estoy acostumbrado a que alguien espere por mí. Fueron muchos años de soledad.

La mano impropia sujeta para su rostro girar y un beso dejar sobre esta, y luego otro sobre los labios ajenos.
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𝐏ero me gusta tenerte conmigo.

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𝐄spera, espera.

La mano sobre el pecho ajeno posó, separando sus labios unos pocos centímetros, para verlo a los ojos con una expresión suave en el rostro.
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𝐍o era mi intención preocuparte, lo siento. Sabes que a veces solo soy así, intentaré no hacerlo.

Pequeña risa escapa del más alto cuando es apartado, solo el rubio podía insultarlo y no despertar su enojo en él. Al beso correspondió con suaves movimientos, en busca de la calidez de su piel.
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𝐘o también te extrañé.

Murmuró aún sin romper con la distancia.

Su brazo algó unos segundos, otorgándole la libertad para su cuerpo desplazar hasta de frente quedar. Entonces su rostro aproximó hacia el cuello ajeno y una pequeña mordida dejó, solo por el deseo de fastidiarlo.
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𝐄staba trabajando.

Su brazo desliza sobre la cintura impropia, rodeándola con suavidad mientras a él se aproxima. Su nariz hunde en el cabello del rubio.
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𝐁uenas noches, cariño.

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Sí, ahora. Y sé que tienes chocolate por aquí porque robaste los míos.

Sus manos se deslizaron hasta acabar en el aire, dando pequeños pasos para distanciarse. Luego volteó en dirección a la puerta.
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Iré a atender a mis pacientes, ¿te veo luego?

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No es así, ¿cómo iba a saber que te molestaba si negabas, rotundamente, estar celoso?

La sonrisa en sus labios se ampliaba, deslizando sus manos de forma ascendete sobre los pectorales del más alto.
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Te pediré a ti los chocolates de ahora en más.

Un inesperado cosquilleo se despertó en su interior, no solo inesperado sino indeseado. Su cuerpo la traicionaba, cediendo ante los encontos del soldado. Contuvo el aire por unos segundos antes de llevar sus manos hacia el pecho ajeno.
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¿Y por qué no él? ¿Te molesta?

La espía dominaba el arte de la seducción con gran habilidad, sabía qué conducta adoptar según la persona que estaba delante. Pero con él, no debía distorsionar su propia personalidad. Sus labios abrió, pero tardó en responder.
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Tendré que ir a pedirle otros.

Sus manos permanecieron a la altura del pecho, prisioneras del mayor. Su mirada reflejaba cierta inocencia, una que parecía ser más un juego de atracción.
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Dame mis chocolates, Rogers. O tendrás que pagar las consecuencias.

Ambas manos se deslizaron hacia el interior de sus bolsillos, sin hallar nada dentro. Luego las deslizó por su pecho y finalmente, lo rodeó con los brazos para palpar los bolsillos traseros.
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¿Qué los hiciste?

Preguntó, como si no acabara de tocar todo su cuerpo.

Lo observaba de forma fija, su ceño ligeramente fruncido y sus labios presionados, como si tuviera un conflicto en su mente. Y entonces, sus manos fueron hacia los bolsillos delanteros del pantalón impropio, buscando sus tan preciados chocolates.

Con pasos lentos perdo decididos, se acercó a él, alzando ligeramente el mentón cuando quedaron a pocos centímetros.
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Fuiste tú.