Soy un traidor a mí mismo. Una fragmentación entre lo que sé que no debo seguir y lo que mi corazón enceguecido por la realidad anhela. No es malo, porque la contradicción es una condición tan humana como el mismo deseo.

Verdaderos procesos, tan genuinos que no dan cabida a la violenta automatización.

A pesar de ser automático e inmediato tal cual dictamina la modernidad, a mí lo único que me sirve es el tiempo.

Siempre fui más de historia que de filosofía, y a su vez, más de filosofía que de literatura. Eran para mí tres disciplinas autónomas e independientes. Hoy como todo en mi vida, esas barreras se van derrumbando con el paso del tiempo que todo trasgrede y todo trasnforma.

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Un poco lenta, pero con mucho potencial.