Respirar tranquila. Dormitar junto al mar. Un domingo soleado de invierno en casa. Hay ecos de risa y vino de la noche pasada. Siente que podría morir justo ahora y sonreiría... pero no, ahora no le apetecía. Estaba llena de amor y ganas.

Los días en que una persona agria sale de dentro de ti, que odia al mundo y no puede parar de demostrarlo. Acaba la jornada un poco más odiada y sola.

El delicioso cosquilleo en la nariz por emoción, es mi corazón diciéndome que aún vivo. Y yo salgo, ando lejos. Muy alto. Donde pueda sentir a los que me faltan...

Dedicada al noble arte de solucionarlo todo durmiendo.

Voy lejos para huir de todo lo inerte que me rodea

Ya no importa la realidad.

La familia solo es una putada más en tu vida. Qué asco dan algunos familiares. Qué mal lo llevo y que poco les gusto. Esto último lo llevo como condecoración.

Somos seres sociales, nadie es solitario de nacimiento, pero cuando sufres continuamente la decepción de no conectar con otros, acabas prefiriendo la soledad que seguir decepcionándote.

Una sí puede llenar su vida de cosas para hacer su casa más confortable y luego largarse a la montaña a pasar incomodidades. Pero lejos de las personas...

Hay algo extraordinario en pintar paredes, aunque sean nuevas y no sepan nada aún de ti. Tapas y ocultas sentimientos que ya son cadáveres. Y te envuelve un aire como de sabanas limpias. Todo es nuevo.

Sentir demasiado te vuelve distante.

Morir es también dejar de morirse.

Tan lejana me vieron azul.