—Y a ti, Esperanza, ¿se te quitó el mal tuyo? —interrogó volviéndose a su prima.
Esperanza y Ventura, de Emilia Pardo Bazán
—Y a ti, Esperanza, ¿se te quitó el mal tuyo? —interrogó volviéndose a su prima.
Esperanza y Ventura, de Emilia Pardo Bazán
(
Con intención y rehaciéndose
). El aire helado, que clava agujas sobre los pulmones y para el corazón.
Mariana Pineda, de Federico García Lorca
(
Con intención y rehaciéndose
). El aire helado, que clava agujas sobre los pulmones y para el corazón.
Mariana Pineda, de Federico García Lorca
—Eres valiente —dijo Martens—. Otro hombre en tu lugar se hubiera estremecido de horror y miedo.
Un Idilio Nihilista, de Vicente Blasco Ibáñez
—Eres valiente —dijo Martens—. Otro hombre en tu lugar se hubiera estremecido de horror y miedo.
Un Idilio Nihilista, de Vicente Blasco Ibáñez
Las mujeres, apretando sus senos contra las espaldas de los hombres,
deslizaban un brazo desnudo hacia la mesa: nadie se estremecía al
contacto de la carne bella; no eran mujeres ni hombres, eran puntos, «No
va más…».
Baccarat, de Rafael Barrett
Las mujeres, apretando sus senos contra las espaldas de los hombres,
deslizaban un brazo desnudo hacia la mesa: nadie se estremecía al
contacto de la carne bella; no eran mujeres ni hombres, eran puntos, «No
va más…».
Baccarat, de Rafael Barrett
Cosa que fué y que vive aún, y presta servicios y, por lo tanto,
continúa “siendo” para los demás, habiendo cesado de ser para él mismo.
El Mancarrón, de Javier de Viana
Cosa que fué y que vive aún, y presta servicios y, por lo tanto,
continúa “siendo” para los demás, habiendo cesado de ser para él mismo.
El Mancarrón, de Javier de Viana
Faltaban dos para el número «veintitrés», que anunciaba el programa;
pero esto consistía en que aquella mañana se había conmutado la pena a
dos mujeres en pago de ciertas revelaciones que habían hecho a la
Inquisición.
El Rey se Divierte, de Pedro Antonio de Alarcón
Faltaban dos para el número «veintitrés», que anunciaba el programa;
pero esto consistía en que aquella mañana se había conmutado la pena a
dos mujeres en pago de ciertas revelaciones que habían hecho a la
Inquisición.
El Rey se Divierte, de Pedro Antonio de Alarcón
La nación está constituída federalmente. Los estados son autónomos.
Reconocen la autonomía federal de los distritos y su independencia del
poder político del Estado, en todo lo concerniente a su régimen
económico y administrativo.
Prosa Política, de Rubén Darío
La nación está constituída federalmente. Los estados son autónomos.
Reconocen la autonomía federal de los distritos y su independencia del
poder político del Estado, en todo lo concerniente a su régimen
económico y administrativo.
Prosa Política, de Rubén Darío
Me espantó la pregunta, temiendo que la oyese el aludido; tapé la
boca con una mano al rapaz, que saltó de un brinco al andén, y respondí
al propio tiempo en voz alta, con intento de que lo oyera el desdichado:
El Reo de P..., de José María de Pereda
Me espantó la pregunta, temiendo que la oyese el aludido; tapé la
boca con una mano al rapaz, que saltó de un brinco al andén, y respondí
al propio tiempo en voz alta, con intento de que lo oyera el desdichado:
El Reo de P..., de José María de Pereda
—Eso es el fuego de la pasión que calcina el papel —objetó la optimista Niní.
El Anacronópete, de Enrique Gaspar y Rimbau
—Eso es el fuego de la pasión que calcina el papel —objetó la optimista Niní.
El Anacronópete, de Enrique Gaspar y Rimbau
Carmaux se había puesto bruscamente en pie, viendo una sombra aparecer bajo el castillo.
Morgan, de Emilio Salgari
Carmaux se había puesto bruscamente en pie, viendo una sombra aparecer bajo el castillo.
Morgan, de Emilio Salgari
El oso en estos pueblos aburridos es propiedad ideal de la comunidad,
casi, casi corre con él el Ayuntamiento. Todas miran a todos, y
viceversa.
El Oso Mayor, de Leopoldo Alas
El oso en estos pueblos aburridos es propiedad ideal de la comunidad,
casi, casi corre con él el Ayuntamiento. Todas miran a todos, y
viceversa.
El Oso Mayor, de Leopoldo Alas
“No me interesa, porque verás, tengo a mi suegra siempre delante”.
La Mujer del Almacén, de Katherine Mansfield
“No me interesa, porque verás, tengo a mi suegra siempre delante”.
La Mujer del Almacén, de Katherine Mansfield
Coro.
Que toma la vizcainita
que toma la vizcainá»
Pasa-Calle, de José María de Pereda
Coro.
Que toma la vizcainita
que toma la vizcainá»
Pasa-Calle, de José María de Pereda
tened manos más inteligentes, tendedlas hacia una felicidad más
profunda, hacia una infelicidad más profunda, tendedlas hacia algún
dios, no hacia mí:
Así Habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche
tened manos más inteligentes, tendedlas hacia una felicidad más
profunda, hacia una infelicidad más profunda, tendedlas hacia algún
dios, no hacia mí:
Así Habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche
—¡Seguro que es Rip Van Winkle! ¡El mismo,
en cuerpo y alma! ¡Bien venido al pueblo, viejo
vecino! Decidnos, ¿dónde habéis estado metido
estos largos veinte años?—
Rip Van Winkle, de Washington Irving
—¡Seguro que es Rip Van Winkle! ¡El mismo,
en cuerpo y alma! ¡Bien venido al pueblo, viejo
vecino! Decidnos, ¿dónde habéis estado metido
estos largos veinte años?—
Rip Van Winkle, de Washington Irving
¿Que el amor es mentira? No importa. En todo
caso, es en la vida del hombre lo que es el azul en el cielo y en los
mares; mentira, pero la más encantadora y bella de las mentiras.
Azul Pálido, de Manuel Díaz Rodríguez
¿Que el amor es mentira? No importa. En todo
caso, es en la vida del hombre lo que es el azul en el cielo y en los
mares; mentira, pero la más encantadora y bella de las mentiras.
Azul Pálido, de Manuel Díaz Rodríguez
—Soy un combatiente, Señor... Sin armas no sé pelear.
Las Armas del Arcángel, de Emilia Pardo Bazán
—Soy un combatiente, Señor... Sin armas no sé pelear.
Las Armas del Arcángel, de Emilia Pardo Bazán
Cuando se hizo de noche, dejé la ciudad de los muertos.
Dies Irae, de Leónidas Andréiev
Cuando se hizo de noche, dejé la ciudad de los muertos.
Dies Irae, de Leónidas Andréiev
¿Quién calmará mi dolor?
¿Quién enjugará mi llanto?
¿No habrá alivio a mi quebranto?
¿Nadie escucha mi clamor?
El Diablo Mundo, de Jose de Espronceda
¿Quién calmará mi dolor?
¿Quién enjugará mi llanto?
¿No habrá alivio a mi quebranto?
¿Nadie escucha mi clamor?
El Diablo Mundo, de Jose de Espronceda
Cuando reflexiono, comprendo lo peculiar de aquella amistad. Uno
era Lloyd Inwood, alto, esbelto, de magnífica contextura, nervioso y
moreno. El otro, Paul Tichlorne, alto, esbelto, de magnífica contextura,
nervioso y rubio.
La Sombra y el Relámpago, de Jack London
Cuando reflexiono, comprendo lo peculiar de aquella amistad. Uno
era Lloyd Inwood, alto, esbelto, de magnífica contextura, nervioso y
moreno. El otro, Paul Tichlorne, alto, esbelto, de magnífica contextura,
nervioso y rubio.
La Sombra y el Relámpago, de Jack London
—No me preguntes esto —respondió el otro—. Yo no tuve arte ni parte
en ello; además, he de guardar silencio, master Dick. Porque, mira: de
las cosas propias puede hablar un hombre, pero de rumores y habladurías
no. Pregúntaselo a sir Oliver... o a Carter, si quieres; pero no a mí.
La...
—No me preguntes esto —respondió el otro—. Yo no tuve arte ni parte
en ello; además, he de guardar silencio, master Dick. Porque, mira: de
las cosas propias puede hablar un hombre, pero de rumores y habladurías
no. Pregúntaselo a sir Oliver... o a Carter, si quieres; pero no a mí.
La...
—¿De modo que esa señora?…—replicó el tío haciendo resbalar la yema
del dedo pulgar sobre la del índice.
La Espuma, de Armando Palacio Valdés
—¿De modo que esa señora?…—replicó el tío haciendo resbalar la yema
del dedo pulgar sobre la del índice.
La Espuma, de Armando Palacio Valdés
«Blanco y Negro», núm. 603, 1902.
La Cruz Negra, de Emilia Pardo Bazán
«Blanco y Negro», núm. 603, 1902.
La Cruz Negra, de Emilia Pardo Bazán
—¡Dame el revólver, yo le mato!
La Hermana San Sulpicio, de Armando Palacio Valdés
—¡Dame el revólver, yo le mato!
La Hermana San Sulpicio, de Armando Palacio Valdés
—No hay pa tanto, hombre; no hay pa tanto.
Horno, de José de la Cuadra
—No hay pa tanto, hombre; no hay pa tanto.
Horno, de José de la Cuadra